El
libro bellamente escrito y contado es una delicia, no he podido
resistir la tentación de compartirlo porque es fantástico y como dice su
portada una canción dulce, se trata de la defensa de las palabras, comienza de
una manera sugerente en una isla cualquiera como Madagascar o Jamaica,
donde su Presidente a quien un día le entra la locura de que hay que legislar
el número de palabras que se pueden usar, porque ya está harto de oír a tantos
parlanchines, decide poner fin al mundo prolijo de las palabras. Y empieza por
quemar los libros en general y los diccionarios en particular, los diccionarios
que son los que cuentan la vida de las palabras, las palabras que
son los ladrillos de nuestro lenguaje y los ladrillos de nuestros sueños... las
palabras puede que sean nuestros mejores amigos. .. tienen
árbol genealógico unas descienden de otras.
El
lenguaje es una gran bestia viva, quien lo habla está unido a él como
formando un mismo tejido, los hombres crean las palabras que a su vez crean a
los hombres. Porque las palabras tienen vida, las palabras se trasforman,
aman y viven. El número de palabras permitidas en esta horrible, frustrante y
corta lista después del decreto es tan sólo de doce palabras: nacer,
comer beber, orinar, defecar, dormir, divorciar, casarse, trabajar, envejecer,
morir y aclamar, sí sí claro como se le podría olvidar al mandamás aclamar.
Pero
a este sinsentido a esta locura ofrece resistencia una maestra, la bella
Mlle Laurencin, quien anima a sus pupilos a rebelarse contra este decreto
y se propone declarar y hacer la guerra para salvar a las palabras hasta
conseguirlo. Hay un capítulo sobre el duelo de las lenguas muertas que es
magnífico dos gemelas Margarite y Colette que compiten entre sí, una habla
palabras que tienen sólo raíces latinas y otra sólo palabras con raíces
griegas, además es muy instructivo.
La
maestra maravillosa que les hace florecer con las palabras y entender su
significado real en la humanidad, les dice que también pueden inventarse
las palabras, que las pueden crear, que pueden innovar con ellas dándole otros
usos. Y les trasmite su enfermedad, les inocula su virus a todos
ellos por osmosis, les contagia su pasión de arquitecto de las palabras, “la
fábrica de las palabras” que no es una fábrica seria, ni con obreros, ni con
maquinaria de alta precisión, es en cambio una mina de oro, donde todo es una
fiesta y un alegre desorden, donde se aprende del origen de las palabras, de
los archivos que las preservan, de los celos de los sinónimos entre otras
cosas y además lo más importante que las palabras son elegidas como los
hombres políticos, sí porque elegimos cada día qué palabras utilizar y les
damos o le quitamos el uso nosotros mismos. Las ilustraciones son
bellísimas de Camille Chevrillon, sobre todo el mapa de la ternura, y nos
pregunta al final Orsenna a través de Laurencin ¿Creen ustedes que puede existir el amor
sin las palabras de amor?
Recomendación de Ana María LLopis
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