martes, 20 de mayo de 2014

La hora del té, una tradición Británica muy Francesa. El té en Rusia con el samovar.









Interesante hacer hincapié sobre esta tradición reinventada por la Duquesa de Bedford; y digo reinventada porque la gran dama no hizo otra cosa que "revivir" (por muy curioso que resulte al lector), una costumbre que imperaba entonces en los aristocráticos salones de Francia en el curso del siglo XVIII: la de ofrecer una merienda a los invitados con té, chocolate o café, amenizada con tertulias político-filosóficas y conciertos de cámara.









Esa tradición salonnière francesa (que también se exportó a Rusia) se interrumpió bruscamente en 1789, año del estallido revolucionario, y no se reintroduciría hasta mediados del siglo XIX para ¡"imitar" a los británicos! En la primera mitad del siglo XX, los salones del “artisteo”, de lo literario y filosófico cobrarían gran importancia, mujeres como  Natalie Clifford Barney serían de gran relevancia. ( Opinión: Muy recomendable la lectura de El almanaque de las mujeres” de Djuna Barnes un estupendo mirador y primer indicio para quien guste atisbar el lado femenino del París de la bohemia y la Generación Perdida, y de algunos de los primeros —y combativos— apuntes lesbianos)



En Rusia no existe un ritual ceremonioso como ocurre en Japón, ni tampoco son tan minuciosos como los ingleses, pero el té también ocupa una parcela importante y existen diferentes costumbres sobre él, que lo hacen muy característico. (Aprovechamos para denunciar las posturas homófogas que se llevan a cabo en Rusia, nos repugna la crueldad y el maltrato físico o psíquico)

La seña de identidad más importante del té en Rusia es sin duda el samovar. "La dueña se instaló ante el samovar y se quitó los guantes. Los invitados, tomando sus sillas con ayuda de los discretos lacayos, se dispusieron en dos grupos: uno al lado de la dueña, junto al samovar; otro en un lugar distinto del salón, junto a la bella esposa de un embajador". Solo un párrafo de la inmortal novela Anna Karenina, de Lev Tolstói, muestra la importancia de este utensilio en la vida cotidiana de Rusia. El samovar no solo es un curioso sistema para calentar el agua y mantener su temperatura. Es un vistoso fenómeno del arte decorativo y la producción manufacturera.

El término “samovar” viene de dos palabras rusas: samo, que significa “por sí mismo”; y varit, que significa “hervir”. Básicamente se trata de una caldera que cuenta con un tubo central en el que se aloja el combustible con el que se mantiene la bebida a una temperatura constante y caliente. En el pasado dentro de esa chimenea se quemaba carbón o piñas de pino, manteniendo la llama con ayuda de un bote que ponían en la parte interior del tubo.


La aparición del samovar está estrechamente relacionada con el sbiten, la bebida rusa más popular desde la antigüedad, una infusión de miel y especias. Los vendedores de esta bebida inventaron el sbítennik, artilugio que servía para mantener la temperatura de la bebida. A diferencia del samovar, aquel recipiente no tenía grifo. Además, un samovar clásico se usa para calentar el agua, mientras que el sbítennik solo mantenía la temperatura.

Poco a poco el té, que llegó a Rusia en 1638, alcanzó popularidad y se empezó a extender el uso del samovar para el consumo de la nueva bebida. Por tanto, los rusos adoptaron el ritual de tomar té con sus propias peculiaridades. Al principio preparaban el té en una tetera pequeña, después echaban el líquido a las tazas y añadían agua en proporciones de 1:3 o 1:4 (depende de la intensidad deseada). Precisamente por eso apareció en Rusia la necesidad de un recipiente que calentara el agua.


Tras investigar los procesos que se dan en el samovar clásico, los científicos afirman hoy que es un mecanismo ideal para calentar el agua y que al mismo tiempo la suaviza y filtra. Se dice que el té obtenido con un samovar resulta más intenso y ofrece distintos matices de sabores. Para los rusos de los siglos XVIII y XIX el samovar era atractivo sobre todo porque permitía calentar más rápidamente el agua, ya que en aquel entonces para cocinar utilizaban los hornos de piedra, que había que calentar con leña.

La misma idea de un recipiente de este tipo viene de antiguo. Existían análogos del samovar ruso en la Antigua Roma y China, donde los usaban para preparar la comida. Pero el samovar es para calentar y mantener caliente el agua y ahí radica la diferencia principal, por eso necesita un grifo.


Tradicionalmente los samovares se hacían a mano y en la producción de cada uno participaban varias personas. Por eso, por lo general se ocupaban de la producción de los samovares cuadrillas de artesanos. No fue hasta finales del siglo XIX, cuando las máquinas de vapor llegaron a Rusia, que se empezaron a usar estas para la producción de los samovares. Entonces los recipientes se estandarizaron y las formas se simplificaron considerablemente. Sin embargo, incluso en la actualidad se puede encargar un samovar hecho a mano, por ejemplo, en Tula.

Con el correr del tiempo, a la par que cambiaban los gustos, se modificó el diseño de los samovares. Así, al comienzo de su existencia reproducían la forma de las copas rusas de cobre. A finales del siglo XVIII los samovares imitaban los recipientes del mundo antiguo: ánforas, urnas… el estilo clásico estaba de moda. A principios del siglo XIX, en la época del estilo imperio, solemne y recargado, se producían samovares con ese carácter. Otros tenían detalles del Barroco, Rococó, Clasicismo, Modernismo, etc. La mayor diversidad de los samovares en formas y decoraciones se dio a mediados y a finales del siglo XIX.


La particularidad del samovar ruso radica en que refleja la tradición rusa de tomar té y corresponde a una auténtica forma de vida. Nunca, en ningún otro lugar del mundo, un utensilio de cocina ha gozado de tal respeto como en Rusia. Ningún otro recipiente ha tenido ese colorido y espiritualidad. Solo en Rusia se ha creado un culto peculiar del samovar.



En cada casa, en cada familia el samovar ocupaba el mejor lugar en las habitaciones y siempre estaba en el centro de la mesa. Lo llamaban con respeto “amigo de la familia” o “el general de la mesa”. Y solo en Rusia se convirtió en una parte integrante de la historia del pueblo, de su cultura y su modo de vivir.





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