«¡Qué
a gusto se halla el alma en tu jardín, jardinero!...», honraba Juan Ramón
Jiménez a El Jardinero de Rabindranath Tagore, con ese romanticismo exento de
exageraciones que le caracteriza
Durante
un año la autora ha fotografiado el jardín romántico del Tiergarten, ideado en
1840 por Joseph Lenné. Un entorno artificial lleno de trucos, reflexiones,
reflejos y armonías secretas que nos invitan a proyectarnos en él y suscitan la
naturaleza más exuberante. A través de las instantáneas de Garrido se refleja
el tránsito de las estaciones, haciendo del cambio la única cosa inmutable en
este Edén berlinés.
Con ello el jardín termina de cobrar su
auténtico sentido, potenciando todas las sensaciones proyectadas por los
paisajistas románticos, libertad, anarquía, incertidumbre, cambio, vida,
muerte.
En
palabras de la propia autora, «es una hermosa mentira sobre lo salvaje, lo
bello, lo natural y lo bueno», donde se crea un lugar mágico para la fantasía,
donde surgen miedos y temores como la angustia de la soledad, tal vez
Pulgarcito tirando migas devoradas por los pájaros tras sus pasos, porque este
paseo puede llevarles tanto de vuelta a la infancia como a experimentar la
atracción fatal que tiene la mirada de la belleza salvaje. Amparo ha
fotografiado esta recreación de naturaleza para crear la apariencia de
naturaleza anárquica, haciendo de la imitación la forma más sincera de
adulación.
Un trabajo que a la autora le recuerda a
Goethe, cuando concibe preceptos y reglas como trabas ante la percepción real
de la naturaleza. Decía Cicerón que con tener cerca de un libro un jardín, nada
falta, paseen por este libro de las tierras vírgenes recreando el espíritu del
romanticismo.
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