Givenchy 2014 |
El Santo, el
luchador más célebre de México, se retiraba desenmascarándose en
televisión, en el programa Contrapunto, de Jacobo Zabludovsky. El
gesto duró apenas unos segundos, lo justo para evidenciar que algunas cosas no
deberían perder jamás el misterio. Resultó que Rodolfo Guzmán Huerta era un
señor mayor, con incipiente calvicie y bolsas bajo los ojos. Apenas un mes
después, falleció de un ataque al corazón. A su funeral acudieron 10.000
personas y entre ellas no pocos luchadores. Las lágrimas se les escapaban por
los agujeros de las máscaras que, por supuesto, no se quitaron.
Por
un motivo o por otro, en los últimos
tiempos, los medios se han llenado de enmascarados. De la careta de Anonymous a los cascos robóticos de Daft Punk. De los pasamontañas
multicolor de Pussy Riot a los burkas bling bling que
mostró Jeremy Scott en su colección
de primavera-verano 2013, titulada Primavera árabe. Y más nombres en pasarela : Philip Treacy
se ha inspirado en las máscaras de esgrima y Sarah Burton, de Alexander
McQueen, en la apicultura, Givenchy con
sus lentejuelas, Dior...
La
fiebre enmascarada es tal que incluso habrá que renunciar a ver las facciones
de Michael Fassbender en la película, Frank,
un biopic del músico y cómico de culto británico Chris Sievey, que durante décadas actuó
bajo la careta, y la identidad, de un personaje llamado Frank Sidebottom. La cinta se estrenó en el Festival de Sundance de
este año y será estrenada en Estados Unidos el 15 de agosto. Deseando verla!!
Cuando
se hagan documentales sobre esta década, será difícil que no aparezca como uno
de sus iconos la máscara de V de Vendetta, esa mueca global que
aparece casi a diario en algún lugar del mundo. Sus autores, Alan Moore y el
dibujante David Lloyd, a su vez se inspiraron en Guy Fawkes, un militante
católico que en 1605 trató de volar el Parlamento británico con 36 barriles de
dinamita. El columnista de The Guardian Jonathan Jones dijo de
ella que es «el símbolo de una ciudadanía festiva», con su aire de «mosquetero
diabólico, de siniestro D’Artagnan underground». Todd Gitlin,
profesor de la Universidad
de Columbia y autor del libro Occupy Nation, destaca que los grupos
que han adoptado la careta, de Nueva York a Madrid, son «horizontalistas,
renuncian a tener un líder individual», por lo que ponérsela implica disolverse
en la masa y «expresar solidaridad internacional al utilizar un símbolo común».
Según Gitlin, el gesto burlón añade otra capa de significado: «Con esa sonrisa,
anuncian que van a sobrepasar en ingenio a sus enemigos, que van a reír el
último». Esa máscara se ha convertido también en una forma de branding,
en un logo comparable, según Gitlin, a lo que el signo de la Paz fuera al
postsesentayochismo.
El
que lleva una máscara se siente mucho más valiente», opina David Wiles,
profesor de Historia del Teatro en la Universidad de Londres que ha dedicado varios
trabajos a este fenómeno. Para él, lo raro es que los artistas enseñen su cara
cuando actúan, ya que cubrirse el rostro «siempre ha sido una práctica global.
Hay algo increíblemente poderoso cuando se reduce esta parte del cuerpo a su
esencia», asegura. Cuando Guy-Manuel De
Homem-Christo y Thomas Bangalter, o sea, Daft Punk, se colocan la careta lo hacen como un modo de «crear
criaturas ficticias y difuminar la línea entre la realidad y la ficción», según
relataron a Rolling Stone. «No somos modelos, no somos performers.
A la humanidad no le interesa ver nuestras expresión, pero los robots siempre
son excitantes», añaden. Está claro: quien se tapa, excita. Según el crítico
musical Javier Blánquez, sus cascos –cuyas réplicas se venden hasta por 2.000
dólares– «son un refinamiento de esa idea estética que conecta con su obsesión
por los 80 y las esperanzas de un mundo de ciencia ficción que nos prometían
por entonces».
Bajo las orejas de un Mickey Mouse
anfetamínico se esconde Deadmau5, el dj Joel Thomas Zimmerman;
el grupo Slipknot se oculta tras
terroríficas máscaras de payaso, los Teddybears
utilizan caretas de oso y el rapero DOOM
le saca todo el partido a su armadura metálica: algunos conciertos no los da
él, sino que envía a un impostor con el mismo casco.
Esa
es otra de las grandes ventajas de la máscara, que detrás puede estar
cualquiera.
El
artista y grafitero madrileño Neko, que no lleva careta pero sí
esconde su rostro, admite: «El juego de identidades es parte de mi discurso
como artista. Me atrae muchísimo deconstruir la imagen de la persona que creías
que era Neko y mostrar continuamente nuevas facetas». Tanto él como el más
famoso artista sin identidad conocida del momento, Banksy, se ocultaban en sus inicios para ser menos reconocibles
ante la policía, poco amiga del grafiti. A la larga, eso se ha convertido en
parte de su discurso y de su marca. Cada cierto tiempo, emergen en los medios
fotos de un cuarentón inglés en camiseta y se asegura que es Banksy. Nadie hace
mucho caso. No siempre es necesario verle la cara a El Santo.
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