sábado, 29 de agosto de 2015

El maquillaje teatral.. Lluvia de ideas para el Taller de Teatro.


La primera visión que despierta este nombre es la que ha promovido la industria cosmética. De hecho, inmediatamente pensamos en colores y cremas aplicados en la piel para modificar su aspecto, realzando las facciones o caracterizándolas por motivos rituales o dramáticos. En la vida cotidiana, todo maquillaje subraya la originalidad de quien lo usa, oculta sus defectos físicos, y a la vez, le sirve como lenguaje no verbal. ¿Pero es dicha práctica un fenómeno reciente? ¿O más bien se trata de algo que acompaña al ser humano desde la noche de los tiempos?



Desde un punto de vista antropológico, el maquillaje posee dos funciones esenciales. Por un lado, es una forma de adornar el rostro u otras partes del cuerpo para identificar al individuo como miembro de un grupo o tribu. Por consiguiente, no hay grandes diferencias entre una joven occidental que sigue la moda y colorea sus ojos según ese patrón coyuntural, y la pobladora de la selva ecuatorial que tiñe su rostro con pigmentos vegetales. Ambas están declarando, mediante esos colores, que pertenecen a una determinada sociedad. En su lenguaje corporal, resaltan que su identidad forma parte de un grupo capaz de crear modas específicas o de adornar su piel con ciertas tonalidades originales. Por otra parte, el maquillaje sirve para resaltar la individualidad dentro de ese grupo específico. Los colores del maquillaje son un símbolo de status. Por ejemplo, cuando un indio txucahamei del Brasil se maquilla, da testimonio de su condición de guerrero: con el rostro teñido de rojo intenso y negro comunica que es hombre, que pertenece a la tribu, que está en edad de luchar y que ha sido iniciado en ciertos misterios religiosos; en suma, que ha alcanzado cierto rango social del cual es distintivo el diseño de su cara. Algo muy semejante ocurre con las tribus urbanas en las grandes ciudades europeas. Los jóvenes que se integran en esos grupos pueden maquillarse de un modo determinado, identificándose como miembros de esa colectividad y, ante todo, manifestando su rebeldía frente al aspecto uniforme que caracteriza a sus conciudadanos, menos rebeldes y atrevidos en su atuendo.




En el caso de rituales simbólicos, los maquillajes se emplearán para definir ritos de iniciación, como sucede con la pintura blanca que se aplican los aborígenes australianos. Cuando el rito tiene como fin la ruptura temporal de las convenciones sociales, el maquillaje se convierte en un estridente sistema de comunicación, alejado de todo gregarismo, como ocurre en los carnavales. Y, finalmente, cuando la actividad social tiene por fin la dramatización de algún hecho, los individuos caracterizan sus facciones para encarnar otras personalidades. Así sucede, por ejemplo, en ciertas danzas folklóricas o en las representaciones teatrales.
En definitiva, todos ellos emplean los cosméticos para entrar en sociedad y, sin necesidad de palabras, hacer comprender a sus semejantes determinadas peculiaridades de sí mismos.




Fuente “The Cult”: Tal y como se deriva de la observación de grupos sociales con una mínima tecnificación (los aborígenes australianos, los bosquimanos surafricanos o los yanomamis de las selvas venezolanas), el maquillaje parece haber estado presente en las relaciones humanas desde la prehistoria. Los primeros pigmentos aplicados en la piel seguramente tuvieron la misma utilidad que las máscaras, es decir, sirvieron para adoptar ciertas personalidades en ritos propiciatorios o iniciáticos. A ese carácter mágico fue añadiéndose un deseo de belleza que también parece ligado a la personalidad humana desde tiempos remotos. Pinturas de origen vegetal y mineral fueron empleadas para teñir determinadas zonas del rostro, resaltando la feminidad o masculinidad, el status social o el papel desempeñado en determinadas ceremonias. Los hombres y mujeres de la civilización egipcia fueron conocidos por su refinado uso de los cosméticos, puesto en evidencia en las diversas muestras de su arte, particularmente en los retratos de los faraones que aún se conservan. Los avances egipcios en el campo de la cosmética tuvieron su prolongación entre los romanos. Este refinamiento de las civilizaciones antiguas contrasta con la extrema seriedad del Medievo cristiano, que limitó de forma extraordinaria los afeites para el embellecimiento artificial.



No ocurría lo mismo en lugares como Japón, donde las mujeres blanqueaban sus rostros, teñían de negro sus dentaduras, depilaban completamente sus cejas y empolvaban sus nucas, en una muestra sofisticada del maquillaje usado entre la jerarquía dominante de aquel país.


Sin embargo, el uso de polvos para aclarar la piel no fue exclusivo de Oriente. La práctica de blanquearse el rostro, de moda en la Europa del siglo XVIII, tenía como propósito mostrar el nivel social de las personas, pues sólo aquellos individuos que realizaban trabajos manuales sufrían el efecto de los rayos solares, en tanto que la buena sociedad conservaba la palidez. En el París anterior a la Revolución Francesa se dio asimismo el dibujo de lunares falsos, que podían determinar ciertos mensajes según el lugar en que fueran situados.
Pero vamos a lo que nos interesa, el maquillaje en el teatro. Desde que quedaron en desuso las máscaras, el empleo del maquillaje en el teatro realista ha perseguido dos objetivos fundamentales a lo largo de su historia: la caracterización del actor para que se asemeje lo más posible al personaje que interpreta, y la visibilidad de esa caracterización desde el patio de butacas.




Por ese doble motivo, la estilización de los rasgos ha sido, desde antiguo, el elemento característico del maquillaje teatral. Apliques, prótesis y postizos, unidos a diversas pinturas, fueron los puntos clave de estos procedimientos. Con el tiempo, materiales como el látex han ido incorporándose al repertorio de materiales utilizables.



En el caso de las funciones circenses, el maquillaje de los payasos pretende caricaturizar los rasgos de forma cómica, perpetuando ciertos modelos físicos que tienen su origen en la Comedia del Arte italiana.



La ópera china y el teatro kabuki japonés también recurren a coloristas maquillajes, cuyas convenciones se remontan a los orígenes de ese tipo de montajes.



Por su parte, la ópera occidental cuenta asimismo con maquillajes característicos, que conservan la tradición de ciertas figuras. Tales son los casos de Mefistófeles en la ópera homónima de Arrigo Boito, y de los personajes principales de Turandot, de Giacomo Puccini.




Interesante, verdad. Otro días más 

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